Enero de 1987
Brent Beeler trabajaba como jardinero en la zona de Horseshoe Bay. Durante meses, había estudiado la zona, hasta adquirir un conocimiento enciclopédico de lo que sucedía en ella. Sabía quién vivía en cada casa, quienes eran residentes y quienes usaban su propiedad sólo en vacaciones, a qué se dedicaban sus clientes, de donde venían y a dónde iban.
Los agentes de policía sabían que, algunas horas antes aquella noche, Beeler había secuestrado a una bonita niña rubia de 2 años, llamada Kara LeeWhitehead. Había telefoneado a sus padres y les había dicho que la mataría si no le llevaban una gran suma de dinero y un buen coche para la huída.
También les dijo que, si veía a un solo policía, mataría allí mismo a la niña.
Cuando se aseguró de que el padre había acudido solo, beeler comenzó a acercarse, con la niña, y con el revólver Smith & Wesson 29 del .44 magnum que había obtenido en un robo.
Dentro del Lincoln, el padre de Kara, Bill Whitehead repasó el plan en su cabeza. Se aseguró de que la luz interior estaba encendida, como Beeler deseaba, pero que era lo bastante apagada para oscurecer parcialmente el interior del vehículo.
Dejo el motor en marcha y las luces encendidas, y abrió la puerta.
“No vuelva a este coche” susurró una voz, en alguna parte del asiento de atrás.
Los Rangers de Texas Johnnie Aycock y Stan Guffey se encontraban debajo de una tela oscura que había sustituido al asiento de atrás del Lincoln (…)
“Por favor, traigan de vuelta a casa a mi niña” dijo Whitehead. A continuación se obligó a alejarse del coche. Los 2 Rangers, colegas y amigos desde hacía mucho, esperaron en silencio, en la oscuridad, debajo de su cobertura. Todo lo que tenían era su absoluta confianza el uno en el otro, y 2 armas cargadas (…)
Beeler había secuestrado previamente a la criada de los Whitehead, quizás pensando que era la madre de Kara, y había pasado una semana pinchándola con un picahielos y quemándola con cigarrillos, cuando no estaba violándola.
La policía manejaba el hecho como un caso de persona desaparecida. No había datos de violencia que hiciesen pensar en un secuestro. No había ninguna evidencia que llevase a Beeler, y el caso había llegado a un punto muerto. Nadie sabía nada de Beeler, ni de lo que era capaz.
Finalmente, Beeler se cansó de torturar a su víctima. Le tapó la nariz y la boca con cinta aislante y dejó que se asfixiase hasta la muerte (…).
Beeler entró una segunda vez en casa de los Whitehead. Con gran sangre fría, fue a la cocina para buscar algo de comer, robó un reloj, algo de dinero y unos cigarros, antes de subir al dormitorio de Kara y secuestrarla, mientras sus padres dormían (…).
Posteriormente realizó una de las muchas llamadas que haría, desde localizaciones diferentes, para evitar ser localizado.
Pidió el dinero y el coche y avisó a los padres de no llamar a la policía o “haría a la niña lo que había hecho a la criada” (por entonces nadie sabía nada del destino de ésta). Con buen sentido, los Whiteheads desobedecieron, y avisaron a las autoridades.
El aviso subió rápidamente por la cadena de mando hasta llegar al Ranger destinado en Llano, que inmediatamente avisó al Capitán Mitchell.
Todos los Rangers disponibles en la compañía respondieron, debido a la distancia típicamente cubierta en esos casos, y a la necesidad de múltiples hombres para realizar controles y búsquedas. El agente del FBI Sykes Houston, experimentado en secuestros y negociación de rehenes, también se unió al equipo. La jurisdicción, sin embargo, correspondía a los Rangers.
El Capitán Mitchell concluyó que no se debía permitir a Beeler abandonar el lugar del encuentro con la niña. Parecía improbable que Beeler supiera que los Rangers estaban sobre aviso. El Capitán pensó que la mejor, y posiblemente única posibilidad para salvar a Kara sería intervenir durante el intercambio del dinero.
Necesitaba un hombre con serenidad e instintos sólidos. Mitchell se dirigió directamente a Johnnie Aycock. Un instante después, el amigo de Aycock, Stan Guffey, se ofreció voluntario como compañero.
El primer vehículo que se consideró fue el Porsche de Bill Whitehead (el coche que había exigido específicamente Beeler),pero tras intentar varias posturas, ninguna de las cuales funcionaba, Aycock dijo:
“Capitán, haré esto en este coche si me lo pide. Pero si entro en ese Porsche, no voy a volver a salir de él vivo”. El Porsche fue reemplazado por un Lincoln Continental nuevo, propiedad del fiscal del distrito. Bill Whitehead informó a Beeler, en su próximo contacto, de que el Porsche no funcionaba bien.
Aycock, que tenía una talla y aspecto parecido al de Whitehead, había estado conduciendo el Porsche de forma errática, con las ropas de Whitehead, por la posibilidad de que Beeler estuviese vigilando.
Mientras Whitehead y su padre conseguían el dinero, los Rangers comenzaron a trabajar en el Lincoln. Arrancaron el asiento posterior, para hacer sitio, no sólo a Aycock y Guffey, sino también para alimentos y suministros, para el caso de que tuvieran que esperar horas o incluso días hasta que el intercambio se formalizase. Aycock se vistió con una chaqueta militar oscura, y Guffey se colocó su chaleco antibalas azul marino sobre su camisa clara de Ranger.
Todo estaba a punto.
En su última comunicación, Beeler ordenó al padre de Kara aparcar el Lincoln en el arcén frente a la casa al final de la calle donde residían los Whitehead. Whitehead debía dejar la puerta del conductor abierta, las luces encendidas, el motor en marcha, y la luz interior encendida, para que pudiera ver el maletín lleno de dinero sobre el asiento.
Guffey y Aycock, asombrados de que Beeler se hubiese refugiado al final de la calle, desecharon casi todas sus provisiones. Dos cosas eran importantes: en primer lugar, pese a que Beeler estaba al final de la calle, no parecía que tuviese idea de que los Rangers estaban implicados en la situación.
En segundo lugar, el intercambio tendría lugar en minutos, en lugar de horas o días. Aycock y Guffey se prepararon para un corto y violento viaje.
Aycock se situó donde había estado el asiento posterior, con su cabeza cercana a la puerta del pasajero. Guffey se colocó con su cabeza junto a la puerta del conductor.
El grupo de apoyo colocó la tela que cubría a ambos rangers de forma que diese la impresión de que el asiento posterior estaba en su sitio, y atenuó la luz interior. La situación no le gustaba nada al capitán Mitchell y a los otros, pero no había modo de organizar un plan mejor, y Beeler ya estaba esperando.
Aycock y Guffey repasaron la señal silenciosa que usarían para intentar detener a Beeler, o matarlo. En cualquier caso, rescatar a la niña sin daño era el objetivo primordial. El destino de Beeler dependía sólo de sus actos (…)
Cuando Whitehead se alejó del coche Beeler, con el revólver del .44 en la mano, y la niña atada con un mantel en la otra, empujó a esta tras el volante, diciéndole “¡Muévete, nena!”, mientras observaba todo a su alrededor. Aycock, que no podía ver, estaba indeciso. Al no saber que Beeler ya había matado a la criada, no estaba seguro de si el delincuente estaba hablando a ésta o a la niña. Guffey y él no podían hacer nada hasta comprender la situación de todo el mundo en el Lincoln.
Sintió movimiento en el asiento, cuando la víctima se movió para hacer sitio a Beeler. El cuerpo parecía muy ligero para ser un adulto. Para estar seguro,movió la mano al asiento delantero, y rozó las nalgas de la niña. Por el tamaño estuvo seguro de que era Kara whitehead , que no hizo ni un sonido.
Mientras, Beeler cogió el maletín del asiento delantero, y lo lanzó a lo que creía que era el asiento trasero. En realidad, se trataba del tórax y el estómago de Aycock. A continuación, Beeler empujó el maletín, con el .44 agarrado en su puño. Los golpes repetidos desplazaron la tela que cubría a Aycock hasta estar debajo de sus ojos. Vio que el arma de Beeler estaba montada, y que el cañón apuntaba directamente hacia él.
Los Rangers mantuvierons sus posiciones. Beeler seguía manejando el maletín hasta que, o se dio cuenta de que no había asiento trasero, o advirtió la presencia de los Rangers. “Oh, maldición” gritó Beeler, y se apartó de la puerta del conductor, apuntando su arma hacia la parte posterior del vehículo. Guffey gritó “policía estatal” y alzó su arma.
Se encontró mirando directamente el cañón del revólver de Beeler. El primer disparo de Guffey alcanzó el marco de la puerta. Comenzó a apretar el gatillo de nuevo. Beeler disparó su .44.
El disparo rompió la ventana situada junto a Guffey, lanzando trozos de cristal al rostro y brazos de Kara y Aycock. El borde de goma de la puerta arrancó la envuelta de latón de la bala, donde los investigadores la encontrarían después.
El núcleo de plomo de la bala voló a través de la ventana, y alcanzó a Guffey directamente en la frente. El arma de Guffey disparó una vez más, al caer desde la destrozada ventana al pavimento manchado de aceite.
Aycock se lanzó hacia delante sobre la consola, interponiendo su cuerpo entre Kara y Beeler. Situó a Kara con una mano detrás de él, mientras con la otra disparaba a Beeler.
Al principio, Beeler no entendió de dónde venían los disparos. Probablemente pensó que había eliminado a Guffey con el primer disparo y, al sentir que las balas de Aycock penetraban en su tórax, asumió que se había convertido en el blanco de un francotirador.
Hizo un confuso esfuerzo de volver al interior del Lincoln, desde donde el fuego continuado de Aycock le lanzó al exterior de nuevo.
A continuación se arrastró contra el coche, hacia el capó. Aycock continuó disparando a través del parabrisas, lanzando una bala tras otra contra el cuerpo del secuestrador. El resplandor de cada disparo capturó el rostro de Beeler en distintas expresiones de shock, rabia y dolor.
Finalmente, giró sobre sus talones y cayó boca arriba junto al coche.
Aycock se movió lentamente hacia él, hasta pisar su muñeca.
Le arrancó el arma de la mano y le examinó. Beeler sería declarado muerto en el hospital, pero Aycock ya sabía que su carrera criminal había terminado. Aycock se volvió hacia Kara. “Soy oficial de policía, cariño”, le dijo. “Un Ranger”. La puso en el el lugar cercano más seguro posible, lejos de la gente que estaba a punto de atender a un Ranger herido. “No te muevas de aquí”, le dijo.
Mientras los Rangers y los agentes del FBI se dirigían hacia el coche, vieron las heridas de Guffey. Aycock gritó que alguien trajera un coche. El primer coche que llegó era del Ranger Jim Miller.
Aycock sabía que estaba lleno de equipo, y que no había sitio para Guffey. “Traed un coche para llevar a Stan al hospital”, gritó.
El siguiente coche en llegar pertenecía a la agente del FBI Nancy Fernari.
Tras trasladar al Ranger al coche Fernari sujetó su cabeza en su regazo, mientras otro agente conducía a toda velocidad al hospital. Fernari acababa de salir de la academia del FBI.
Recordó el entrenamiento en primeros auxilios del FBI, que especifica hablar a la gente seriamente herida, para intentar evitar que caigan en shock. “Si puedes oírme” dijo Fernari, “aprieta mi mano”.Fernari sintió la presión de Guffey. Contentísima, se lo dijo a los otros, y a continuación se volvió a Guffey diciéndole “Vas a ponerte bien,Stan, no es tan malo como piensas”.
Fernari continuó hablando hasta llegar a Urgencias. Justo antes de llegar al hospital, le pidió que volviese a apretar su mano. Sintió la reconfortante presión un instante y, bruscamente, ésta desapareció.
Stan Guffey falleció antes de que los cirujanos pudieran atenderle.
Después de todos estos años, los remordimientos no han abandonado a Johnnie Aycock. Recibió la medalla del valor, y una segunda vez por su conducta en otro secuestro, en 1995.
Es el único Ranger de Texas que ha recibido ese honor dos veces, pero nunca le oirás hablar de ello. Rehúsa hablar públicamente sobre sus logros.
Pero creo que la gente debe saber lo que hizo. Después de rogarle que me dejase incluir su historia en mis memorias, aceptó con renuencia.
“No me hagas parecer una especie de héroe, Joaquin”, me advirtió. “Tan solo soy un Ranger”.
viernes, 6 de febrero de 2009
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