lunes, 1 de diciembre de 2008

MAS DEL GRAN AZUL

Tuve una situación muy tensa en el mismo drugstore en el que habían estado mis comediantes, allí donde Marty creyó que le habían herido. Estaba sentado en un habitáculo situado encima de la cabina de teléfonos, en el punto de observación en el que hubieran debido estar mis comedores de pizza.
Desde mi aventajado punto de observación podía ver quien entraba en la tienda y se acercaba a la caja registradora. El mostrador estaba al final del pasillo, de cara a mí.Un tipo de mal aspecto, que tenía el perfil típico de nuestros atracadores entró en la tienda. Fue directo al farmacéutico, que estaba tras la caja registradora.
Yo sólo podía ver la espalda del sospechoso. Cogió algo del bolsillo, que no pude ver, y lo apuntó hacia el farmacéutico. En ese momento, el individuo murmuró algo ininteligible. El farmacéutico rápidamente levantó sus manos sobre su cabeza y exclamó “¡Cálmese, cálmese!”.
Apunté mi revólver entre los 2 omóplatos del sospechoso y comencé a ejercer presión sobre el gatillo. Quería estar seguro de que tenía un arma antes de identificarme y ordenarle que la arrojase. Estaba preparado para apretar a fondo el gatillo en el caso de que no obedeciese mis órdenes y arrojase el arma. Le susurré a mi compañero: “Bill, parece un atraco”. En ese momento, el farmacéutico bajó las manos, cogió lo que el individuo tenía en su mano y dijo: “se lo cambiaré, cálmese”.
Sentí mi corazón acelerado, y la adrenalina corriendo por mi cuerpo. No sabía si era por lo que había parecido una situación de combate, o por la irresponsable acción del farmacéutico, que había puesto a un cliente inocente cerca de la muerte. Estaba totalmente cabreado. Me dije a mi mismo “le voy a enseñar una lección a este farmacéutico”.
Le dije a mi compañero que se calmase, puesto que podía ver que estaba experimentando un subidón de adrenalina. Le expliqué a Bill lo que sucedía, y le dije que avisase al farmacéutico de que quería verle.Sol, el farmacéutico, vino a donde me hallaba, y preguntó “¿Qué hay, Jim?” Le expliqué lo cerca que había estado de dispararle a su cliente.
Se quedó con la boca abierta y dijo “oh, Dios mío”. Entonces le dije que, si le hubiese disparado al cliente, hubiéramos tenido que cubrirlo. Preguntó cómo. Le dije: “te hubiéramos disparado a ti también, y hubiésemos dicho que lo había hecho él para robarte”. Sol se quedó pálido como la cera, volvió al mostrador y, durante los siguientes 5 días, nunca levantó las manos por encima de los codos. Bill y yo nos reíamos cada vez que uno de los clientes de Sol notaba los pocos movimientos que hacía con los brazos, y le preguntaba si tenía artritis en los hombros.

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